domingo, 11 de julio de 2010

La dulce imperfección

Quizá mi desazón provenga del galimatías de algo tan corpóreo como etéreo que se almacena en cada pigmento de tus ojos. En ellos, la guerra que transmites a mi alma. Tus pupilas de carbón dilatadas por la falta de luz intentan, celosas, desvalorizar el añil de tus ojos. Pero, tan solo con una pequeña partícula de su luz, el iris podría sonreír desdeñoso, conocedor de su inalterable superioridad. La sonrisa se persona en tus labios. Como reflejo de la burla de tus óculos, tu media sonrisa torcida se sabe fuente de una orgía de sentimientos. La parte derecha del carnoso y sonrojado labio se eleva por encima de la otra, creando una asimetría tan dispar como perfecta. Entre el dulce desorden tus dientes, asoman los pronunciados colmillos, cuya mordedura me atraviesa con su simple visión. Quizá por ello te miro y siento estar exhalando mi último aliento. La belleza de la imperfección me recuerda que sólo hay vestigios de lo perfecto en las peculiaridades de los defectos.

Entonces, por un segundo, tengo la sensación de que todos mis actos podrían subordinarse a ti. Un huracán de sentimientos apocalípticos recorre mis venas. Soy la presa vulnerable, la cercana y la fría, la que huye y la que se rinde ante ti, la permisiva y la intransigente, la estoica y la conformista, la arisca y la dulce, la amarga, la controvertida, la compleja, la agotada, la subyugada. La rendida. Soy yo; me convierto en ti. Soy parte de ti.


Quizá porque el sonido mecánico que provocan mis mordaces dedos al teclear es para mi un extraño placebo, quizá porque la desazón es demasiado alta cuando el mar de tu pupilas deja de ahogarme... quizá porque me muero pensando que quizá hay demasiados quizás inciertos en cada instante lejos de tu boca.

Que quizá pueda existir solo la milésima de segundo efímera en que tus piel roce la mía un instante y se me erice la nuca, y yo sepa con certeza que si quieres puedes salvarme. Por eso en este preciso instante intento inventar palabras que no existen para describirte, porque el mar de tus ojos ahuyenta mis fantasmas y arroja al olvido mis demonios más apegados.