La posición que el periodista debe tener delante de los sucesos, si debe ser un mero y frío observador o debe involucrarse en lo que cuenta, siempre ha sido motivo de controversia. El periodista que informa es criticado por ser frívolo, y el periodista partícipe hace algunas veces de héroe y otras de kamikaze
suicida. Y esta controversia se acentúa en el caso de los fotoperiodistas.
“Mientras la profesión del médico le obliga a intervenir en el suceso, la del periodista le obliga precisamente a no intervenir: debe limitarse a ver.” Estas son las palabras que Ortega y Gasset les dedica a los periodistas en La deshumanización del arte, pero al artista le considera aún más alejado de los hechos: “No hace otra cosa que poner los ojos. Le trae sin cuidado cuanto pasa allí; está a cien mil leguas del suceso”. Los fotoperiodistas se encuentran a caballo entre el arte y el periodismo, y su función ante lo que sucede les ha costado siempre numerosas críticas.
El español Davilla había captado una fotografía similar a la que ganó el Pulitzer |
El ejemplo de Kevin Carter es el más ilustrativo de esta situación. El fotoperiodista sudafricano ganó el premio Pulitzer en 1994 por una fotografía en la que aparecía una niña sudanesa a las afueras de su poblado. Junto a su famélico cuerpo, había un buitre que parecía estar al acecho para devorar su cuerpo moribundo. La opinión pública entendió la foto como una alegoría de lo que sucedía en el Tercer Mundo: la niña encarnaba al hambre, el buitre al capitalismo, y Carter era la indiferencia del resto de la sociedad. Esta aparente indiferencia le costó duras críticas y, aunque ganó el premio Pulitzer, Carter acabó suicidándose ese mismo año.
El fotoperiodista fue demonizado y considerado tan predador como el mismo buitre. Pero años después algunos de sus compañeros contaron que el animal parecía estar más cerca de lo que estaba por un juego de perspectiva, y que Carter, después de captar la foto, esperó a que el buitre se alejara de la niña, que en realidad estaba sólo a unos 20 metros del poblado. Carter no se había desentendido del dolor, sólo estaba en el lugar adecuado y en el momento adecuado. Pero la fotografía que debería haber acallado y concienciado al mundo, desató una cantidad increíble de chismorreos hacia el fotógrafo.
La controversia en la función de los fotoperiodistas se acentúa, en primer lugar, porque, mientras que el redactor procesa la información después de recibirla y lo que cuenta pierde en ese acto parte de la espontaneidad, el fotógrafo exhibe al público una imagen directa, sin la palabra como intermediaria y, por lo tanto, sin oportunidad de justificarse. Y, mientra que una imagen vale más que mil palabras,la franqueza que ganan a veces provoca que su función sea malinterpretada.
Lo curioso es que se critique a un periodista como éste, y que no se le recuerde por lo positivo, del mismo modo que no se recuerdan los nombres de los reporteros, fotógrafos y corresponsales que mueren a diario por arriesgarse haciendo su trabajo. Como en todas las profesiones, habrá periodistas cuya ética sea más dudosa, pero la dureza de lo que muestran no les convierte en culpables de los hechos.
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